Empieza a despedirse el día. En alguna parte se está viendo una puesta de sol maravillosa. Yo no la disfrutaré hoy, pero lo haré otro día.
Sin embargo, tengo ante mí la maravilla del mar y mientras, la luz se extingue dejando a su paso otra jornada de mis postreras vacaciones. A lo lejos un faro ilumina el camino a las naves que navegan por el Mediterráneo y en la cercanía, voces de las casas colindantes indican que tienen visita y que con la tertulia que tiene lugar en un idioma que no domino, seguramente estarán hablando de cenar algo; y si no lo están haciendo, deberían, porque ya se acerca la hora de cenar y, ellos no sé, pero yo voy sintiendo ya cierta gusa.
Comienza a hacer cierto fresco. Las noches de calor del verano ya han terminado y, aunque en casa parece que hace ya cierto tono otoñal, aquí el verano se está retirando poco a poco, sin prisas, dándonos a los rezagados la última oportunidad de disfrutar de un poco de paz.
Estoy en un momento de reflexión y he visualizado algunas partes de mi vida en las que he tenido que vencer miedos, superar obstáculos, librar batallas y mil cosas más. Una de ellas tiene que ver con la soledad, pensar que, si estaba sola, sin pareja era un ser incompleto. Eso que nos ha inculcado la sociedad en la que vivimos: si estás sola eres un poco “rarita” o algo tendrás.
Lo cierto es que con el tiempo me he dado cuenta de que sí hay en mí algo de eso, pero tiene más que ver con alejarme de lo convencional y acercarme al inconformismo, al idealismo e incluso a la rebeldía. No siempre me gustan las mismas cosas que a los demás, no comulgo con ideales políticos, religiosos ni sectarios de este mundo. He aprendido a pensar por mí misma, a meditar en silencio para escuchar mi propia voz, tanto como las de los demás.
¿Y? Me encanta ser como soy, yo misma, al natural. Esencialmente libre.
Lo que sí quiero decir es que me costó superar todo aquello, ponerme a bien conmigo misma y tener una buena relación con todo mi ser. Mirarme al espejo y aceptarme tal cual, confiar y creer en mi hasta el punto de sentirme completa, acompañada, amada, respeta y apoyada por mi mejor aliada, yo misma. Ahí la soledad se disipa. Esta es, para mí, la única forma de saborear la vida, desde la serenidad y la confianza, llegue lo que llegue.
Nos empeñamos en encontrar fuera lo que sentimos que nos falta, cuando en realidad, ya lo tenemos dentro de nosotros mismos. La vida pone a nuestra disposición todo lo que necesitamos a través de las experiencias que vivimos que nos ayudan a desarrollar recursos.
Conclusión
Cuando uno se reconcilia consigo mismo y se convierte en su mejor compañero de camino, nunca más se sentirá solo y podrá elegir libremente si quiere compartir su vida con alguien desde el deseo y no desde la necesidad.